Dos Muchachas Hicieron Un Viaje De Seis Semanas A Través De Los Helados Himalayas, Hacia Una Nueva Vida En Edinburgo. Ellas Cuentan Su Historia
Por Sandra Dick
20 de junio de 2012
Dos jóvenes mujeres están sentadas juntas en un confortable departamento de Edinburgo, ambas bien vestidas, ambas bien educadas y de hablar suave, su brillante cabello oscuro enmarcando bonitos y delicados rasgos.
Bema Lhamo y Tsetan Dolgar han estado hablando con calma de un excepcional y peligroso viaje, a través de pasos de montaña cubiertos de nieve, a través de ríos helados y campos empapados. Un viaje que pudo haber cubierto una distancia de más de 1000 millas, el equivalente a 23 millas por día.
Ellas han recordado, sin el más mínimo temblor en sus voces, las amargas y desafiantes condiciones que enfrentaron, entonces cuando tenían 8 y 7 años, mientras viajaron a pie a través de la cima del mundo, hacia una tierra nueva y extraña.
En el camino, las aterrorizadas niñas fueron testigos de violencia y dolor, mendigaron comida y vendieron posesiones para sobrevivir. Y ellas se tambalearon de horror cuando se encontraron en un refugio en el que estaban diseminados cuerpos en descomposición.
Ellas han contado esta desgarradora historia con profunda tristeza, pero también con una calma controlada en sus voces. Aun ahora, cuando alcanzaron el fin, ellas están llorando, la cabeza inclinada, las lágrimas corriendo por sus mejillas pero siendo enjugadas rápidamente, con vergüenza, con el dorso de la mano. Ellas lloran en silencio, las lágrimas fluyen en total silencio.
Bema, 23, y Tsetan, 21, insisten en que esas lágrimas no son por ellas. Son por los pensamientos que vuelven a sus familias que quedaron detrás, en el Tíbet controlado por China, y se deslizan cuidadosamente en su contenida compostura.
“Yo tenía solo 6 o 7” recuerda Tsetan. “La decisión fue tomada para enviarme lejos de mis padres para tener una mejor educación. Mis padres no son capaces de contactarme, ellos están temerosos, ellos perderán a sus otros hijos también”.
“Es difícil volver al Tíbet” continua. “El año pasado fue la primera vez que fui capaz de hablar con mis padres por teléfono, desde que los dejé. La llamada fue corta, la línea se cortó. Pero fue una oportunidad para hablar”.
Bema asiente con su cabeza, es su historia también. Las niñas se encontraron por casualidad en el mismo horrendo viaje desde Tíbet hasta la ciudad norteña india de Dharamsala, en la parte alta del valle de Kangra, donde los exilados tibetanos se han reunido por más de 50 años, para aprender y enseñar y para orar por un tiempo en el que puedan volver a casa.
Ahora en Edinburgo para estudiar, las jóvenes mujeres han decidido hablar por primera vez públicamente de este increíble viaje, mientras la ciudad se prepara para recibir a Su Santidad el 14º Dalai Lama. Pero aun cuando han pasado años desde que pusieron por última vez un pie en el Tíbet, sus temores por la seguridad de sus familias allí, significaron que ambas pidieran mantener sus identidades en secreto.
“No teníamos buena educación en el Tíbet, nuestro idioma está disminuyendo, tenemos que aprender el idioma chino y los temas de elección no son buenos”, explica Bema.”Mis padres son granjeros, ellos se dieron cuenta cuán importante es la educación tibetana. Yo tenía ocho años”.
Comprendiendo apenas lo que estaba sucediendo, ella recuerda haber dicho adiós a su familia y hacer la primera etapa de su peligroso viaje hasta un pueblo cercano con uno de sus hermanos. Un camión aguardaba para llevarla a la capital del Tíbet, Lhasa, donde se encontró con Tsetan, que era parte de un grupo separado de niños que hacían el mismo viaje.
Desde allí el viaje a Dharamsala –virtualmente siguiendo las huellas del Dalai Lama, dejadas, años antes cuando huyó del dominio chino- en su mayor parte a pie. Una caminata que cubrió cerca de 1000 millas, a través de las montañas del Himalaya, con destino a la frontera con India.
Es un viaje que desafiaría al más experimentado caminante, equipado con lo último en equipos para el aire libre. Sin embargo, Bema y Tsetan tenían solo sus magras posesiones, algún dinero cosido en las pretinas de sus pantalones y la ayuda de algunos ancianos.
“Teníamos solo una pequeña cantidad de dinero para darle a la gente que nos había llevado en el viaje” recuerda Bema. “Yo tenía alguna ropa, un par de botas de repuesto, y algo de tsampa, comida hecha con cebada”.
Ellas viajaron de noche –solo pueden adivinar las millas que hicieron en la oscuridad- y se escondían durante el día, atravesando el hielo y la traicionera nieve tan espesa que al final tuvieron que pedir yaks prestados de otros aldeanos para ayudar a llevarlas a ellas. “Era peligroso” recuerda Bema. “Podías escalar un poco, luego deslizarte para abajo y tener que escalar otra vez. Nos quedamos en una cueva por tres días, mientras los otros del grupo fueron a mendigar comida. Teníamos que dormir en el hielo y cuando este se derretía, nos mojábamos, así que estábamos mojadas todo el tiempo. Sólo queríamos irnos a casa”.
Bema tiró sus pertenencias mientras el viaje causaba su efecto. Tsetan vendió lo que pudo para comprar comida.
El punto más terrible de este arduo viaje de 6 semanas fue cuando se toparon con una propiedad abandonada, ideal para cobijarse aun cuando no tenía techo, pero encontraron dentro un montón de cadáveres.
“Los vimos solo con sus cabezas sobresaliendo del suelo” recuerda Tsetan con un escalofrío. “No sabemos quiénes eran ni qué pasó”.
Bema asiente: “Nosotros estábamos preocupadas porque tampoco sobreviviríamos a ese viaje”.
Ellas finalmente arribaron a la frontera para encontrarse con guardias hostiles que ataron sus manos detrás de su espalda y pusieron a los niños en prisión. Quiso la suerte, que un hombre familiarizado con la causa tibetana, viniera en su ayuda y liberara a unos 20 del grupo –entre ellos un niño que sufría de congelamiento- para continuar en viaje a una casa de recién llegados en Nepal, segura y, finalmente, a un internado.
Increíblemente, ellos estaban lejos de ser los únicos niños en hacer ese viaje de pesadilla. Alrededor del 30% de los tibetanos refugiados en India, son niños, enviados por sus padres en estos peligrosos viajes, en la esperanza de que ellos puedan aprender el idioma, la cultura y la tradición tibetanos, los que les son negados en las escuelas controladas por los chinos.
Escuchando a Bema y Tsetan, está Changchub Mermesel, 59, presidente de la Comunidad tibetana en Escocia. Las lágrimas ruedan por sus mejillas también, ella pasó por similares desafíos en 1959, cuando su familia se unió al éxodo provocado por la ocupación china.
“Yo tenía 6 años” dice. “Muchos tibetanos venían a India cuando China invadió. Como niña recuerdo a alguien muriendo cada día por disentería, falta de alimentación, o calor. Los tibetanos no estaban acostumbrados al calor y no tenían una resistencia natural a las muchas enfermedades de la India”.
“Hay una frase usada por la gente mayor: “Dejamos nuestro país solo para enterrar nuestros huesos en una tierra extraña” agrega, con tristeza.
Finalmente los exilados se trasladaron a los densos bosques altos del área del Valle de Kangra en Dharamsala, donde el 14º Dalai Lama estableció la administración tibetana en el exilio. Hoy el área es conocida como la Pequeña Lhasa, un lugar donde los refugiados tibetanos se reúnen y niños como Bema y Tsetan arriban para ser educados.
Una vez completada su educación allí, las jóvenes mujeres arribaron recientemente a Edinburgo para comenzar estudios superiores y completar su capacitación profesional, lo que se hizo posible gracias al dinero de activistas tibetanos y espónsores.
Su gran esperanza, sin embargo, es finalmente retornar al Tíbet y a las familias de las que han pasado la mayoría del tiempo separadas. Hasta entonces, sus pasaportes emitidos por el gobierno de India continúan etiquetándolas como “Sin Estado”, un término que Changchub Mermesel encuentra hiriente. “Suena como si ellas no tuvieran hogar. Pero ellas lo tienen y está en Tíbet” dice. “Nosotros tenemos suerte, hemos sobrevivido y estamos en posición de hacer algo positivo por nuestra gente. Hay muchos que no pueden hacer el viaje. Es por esas personas que lloramos, no por nosotras”.-