lunes, 1 de octubre de 2012

“Pedimos ayuda para frenar las inmolaciones en Tíbet”



Lobsang Sangay se ve relajado y sonriente. Hace un año que este abogado de Harvard recibió del Dalai Lama el poder político del Gobierno del Tíbet en el exilio. “De vez en cuando acudo al Dalai Lama para pedirle su guía y sus consejos. Él ha sido nuestro líder por 60 años y sabe mucho más, pero, al final, la decisión es mía”, dice sentado en su oficina en Dharamsala, la ciudad del norte de India donde está la sede del Gobierno en el exilio. Allí recibió a EL PAÍS poco antes de empezar la reunión especial a la que acuden los líderes tibetanos y observadores internacionales y que hasta el viernes discutirán sobre las inmolaciones en Tíbet.
En la pared de atrás de su escritorio cuelga una enorme fotografía de un joven Tenzin Gyatso, el actual Dalai Lama. En marzo del año pasado el aún líder religioso de los tibetanos anunció su retiro de la política y por votación Sangay fue electo primer ministro, cargo del que tomo posesión en agosto. Hasta entonces el premio Nobel de la Paz en 1989 era la única voz de los tibetanos. Así que, con un líder político, elegido democráticamente, el movimiento por la autonomía ha ganado fuerza al no depender de un solo individuo, dice. El líder religioso forzó la democracia y “ha sido apoyado mucho en la transición”.
“Entre los tibetanos ha disminuido la ansiedad que se vivió al principio por la transferencia de la autoridad política. Por otra parte, la solidaridad por la causa tibetana se ha mantenido fuerte”, menciona como parte de sus logros en el Gobierno. Pero, Sangay no pierde de vista que el mayor problema para los tibetanos sigue siendo el mismo: “La política intransigente de China”.
El fenómeno de las inmolaciones en Tíbet es una prueba contundente. En los últimos dos años, 51 personas se han prendido fuego y 41 de ellas han muerto. “La ocupación y la continua represión son las causas de las inmolaciones: un grito desesperado que dice que prefieren morir a vivir bajo el dominio chino”. El Gobierno en el exilio ha pedido a los tibetanos que detengan los suicidios. “Pero tenemos que reconocer que podemos hacer muy poco para evitarlo mientras no les podamos ofrecer mejores alternativas de vida”, dice una fuente oficial.
El líder político dice que, como budista, reza por los que se han quitado la vida y que, como tibetano, “apoya su aspiración de libertad para Tíbet y el regreso del Dalai Lama”. Agradece a países como Estados Unidos, la Unión Europea y Japón las resoluciones parlamentarias que muestran solidaridad por los suicidios, pero pide a la comunidad internacional “acciones concretas” para terminar con ellas.
Una forma sería presionando a China para que permita entrar en el Tíbet a medios de comunicación, delegaciones internacionales o académicos chinos independientes para que inspeccionen la situación dentro e informen al mundo.
“No tenemos bases para ser optimistas, pero los seres humanos vivimos de la esperanza”, dice sobre una posible reapertura de China al diálogo con su próximo líder, que casi seguramente sea Xi Jinping. Para Sangay los tiempos han cambiado y la primavera árabe y la liberación de la líder opositora birmana, Aung San Suu Kyi, son buenas señales.
Los tibetanos “seguimos comprometidos con el diálogo y la paz”. Remarca que, como el Dalai Lama, él y la inmensa mayoría de los tibetanos quieren el “camino medio”, lo que significa que no buscan la independencia, sino una autonomía genuina dentro de China y en el marco de su Constitución. “Es una posición muy moderada y razonable. De aceptarlo China se vería beneficiada en su imagen como potencia negociadora y en su unidad como país”. De no aceptarlo, China, está mostrando intransigencia, y para el resto del mundo “es una lección de lo que son capaces los chinos”.
Con su experiencia jurista, Sangay explica que dentro del país asiático ya existe este tipo de arreglo de autonomía con Hong Kong y Macao. “Pero tal vez ellos les creen porque son chinos y a nosotros no, porque somos tibetanos”.
China ha rechazado recientemente al abogado como interlocutor por haber pertenecido al Congreso de los Jóvenes Tibetanos, que pide la independencia. “Pero es irrazonable. Hasta un día antes de las elecciones no tenían problema conmigo. En 2005 hasta me permitieron entrar en China. Y en mis 16 años de Harvard interactué con muchos chinos e Incluso con gente del Partido Comunista y nunca tuvieron problemas por ello”. Sangay se mudó el año pasado de Boston a Dharamsala al ser elegido primer ministro. En Estados Unidos se quedaron su esposa y su hija de seis años, pero espera que pronto se muden con él.
En Dharamsala, los tibetanos cuentan que, durante el Gobierno de Sangay, India ha aceptado que la renovación de los permisos de residencia de los exiliados sea cada cinco años y no cada seis meses o un año, lo que les ahorra tiempo en burocracia y les da tranquilidad. “Esta medida hace más cómoda la vida de la gente. Beneficia al 90% de la comunidad en India, a los que han nacido aquí o los que tienen más de 20 años de vivir aquí”. Próximamente India podría transferir la administración de las escuelas tibetanas al Gobierno en el exilio, lo que se consideraría un gran paso para fortalecer la conservación de la cultura.
En su año como líder político de los tibetanos, Sangay ha viajado a varios países entre ellos Estados Unidos, Japón, Suiza, Austria, Alemania o Noruega, donde ha sido recibido por algunos parlamentarios. “También alguna gente del Gobierno me ha recibido, pero extraoficialmente. Eso está bien mientras pueda interactuar con ellos”. Asegura que gran parte de su trabajo es mantener viva la causa tibetana a nivel internacional.

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