Cierran las fronteras del Tibet
Las autoridades chinas han hecho saber a las agencias de viajes que, de forma indefinida, dejan de dar permisos de entrada a Tíbet. La medida es la última de una serie de restricciones a la llegada de visitantes que el Gobierno de Pekín ha ido dictando últimamente, y se produce después de que, hace dos semanas, dos tibetanos se inmolasen a lo bonzo.
La ocupación de Tíbet y la represión sistemática de los derechos de aquel país han incluido siempre un control turístico metódico e implacable. El jueves pasado hablaba de ello Abc News (que no hay que confundir con el Abc, sea el madrileño o el sevillano): durante todas estas décadas de ocupación, cada vez que hay una revuelta popular, el Gobierno chino cierra las fronteras tibetanas a los visitantes, sean chinos o de otros estados. Cada vez que en Tíbet hay festividades políticamente señaladas -conmemorativas o reivindicativas- que puedan hacer prever incidentes, China toma inmediatamente esa medida. Por una parte, eso contribuye a debilitar la economía tibetana, que, como la de todos los países que no tienen casi nada mejor que ofrecer (y no quiero poner ejemplos próximos), se aferra al turismo como a un hierro candente. Supongo que al Gobierno chino le debe parecer bien, aunque el objetivo primero sea impedir que simpatizantes de la causa tibetana entren en Tíbet para mostrar su apoyo. Un apoyo que -más allá del de Sharon Stone, Richard Gere, Paris Hilton y otros actores de Hollywood con ganas de hacerse el concienciado y así promocionarse- tiene también adeptos entre los chinos honestos, que no están de acuerdo con la actitud de su gobierno hacia Tíbet. Así pues, tal como decíamos, cada vez que hay festividades señaladas el gobierno de Pekín cierra las fronteras de Tíbet, y esos cierres son previsibles, pero este de ahora no lo era. Hacía mucho tiempo que no había habido un cierre indefinido.
Cuando un gobierno cierra a cal y canto lo que considera una provincia suya el mundo tiende, lógicamente, a pensar que alguna cosa grave está sucediendo ahí y que el gobierno en cuestión no quiere que el mundo se entere. Un gobierno con una mínima cintura no lo haría nunca, pero las artes de la diplomacia y de las relaciones públicas no son la especialidad de la República Popular China. Que el régimen hace y deshace como le parece en los territorios que controla no es ninguna novedad, como tampoco lo es que los derechos humanos se los pasa por donde le parece. Con gran maestría ha sabido compaginar comunismo y capitalismo y ha destilado lo peor de cada sistema hasta crear el cóctel perfecto que ha llevado al país a ser la segunda potencia económica mundial y, si nada falla, la primera en el 2016.
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