martes, 14 de agosto de 2012

WASHINGTON POST: Para los tibetanos no hay otro modo de protestar


Por Lobsang Sangay

Publicado el 14 de Julio en The Washington Post

Lobsang Sangay es el Kalon Tripa o Primer Ministro del Tibet, el jefe del Gobierno Tibetano en el Exilio.


Desde el 2009 cuarenta y tres tibetanos se han auto-inmolado gritando consignas para el regreso de Su Santidad el Dalai Lama al Tibet y pidiendo la libertad del Tibet. Entre ellos se encuentran, monjes, monjas, nómadas y estudiantes. Dos de ellas eran madres de familia. Todos, exceptuando 11, han muerto y sin embargo sus acciones y la causa tibetana no han generado la atención y el apoyo que esperaban. Al contrario, el Gobierno Chino echa toda la culpa a estos tibetanos y rehúsa estudiar las causas reales de estas acciones.

A pesar de los repetidos llamamientos de la Administración Central Tibetana, con base en India, para que cesen estas acciones tan drásticas, los tibetanos persisten en las auto-inmolaciones. Por otra parte, en la administración tibetana creemos que es nuestro sagrado deber hacer que los gritos de los manifestantes sean escuchados por todas las personas del mundo que creen en la justicia. Los tibetanos de todo el mundo han ofrecido sus plegarias por aquellos que han entregado sus vidas.

El Partido Comunista Chino ha catalogado estas auto-inmolaciones como actos de terrorismo. Esto es absurdo. Dentro de la filosofía Budista existe complejidad sobre si el infringirse daño a uno mismo es un acto violento o si la motivación del acto, más que el acto en sí, determina su naturaleza. Sin embargo, lo que sí está claro es que la intención de estos manifestantes no era hacer daño a nadie más que a ellos mismos.

Para comprender estos actos, es crucial saber que dentro de China no existe ninguna clase de libertad de expresión ni forma alguna de protesta convencional. La persona que participa en una manifestación corre un alto riesgo de ser encarcelado, torturado e incluso de morir. Cuando los chinos celebraron su año nuevo en Febrero, cientos de tibetanos protestaron en las regiones de Drakgo, Serta y Ngaba (tradicionalmente conocidas como Amdo, ahora provincia de Qinghai). El gobierno de Beijing respondió disparando a los manifestantes. Seis murieron.

Habiéndoles denegado el derecho a efectuar protestas menos extremas, los tibetanos se están inmolando como acción política. Casi todos los inmolados tienen menos de 50 años. Esto significa que nacieron y se criaron dentro del Tíbet ocupado. Ocupación que perdura desde 1959, cuando el gobierno de la República Popular China prometió un “paraíso socialista”. Estos tibetanos debían ser los “beneficiarios principales” del sistema político chino y de su educación, economía y cultura. Sin embargo, lo que ha ocurrido es que claramente critican el fracaso de la política del gobierno chino en el Tíbet. Políticas fundadas en la opresión política, marginación social, asimilación cultural y destrucción del medio ambiente. Estas son las verdaderas causas de las manifestaciones y muertes. Si el Gobierno Chino se ofreciera a resolver la cuestión del Tíbet de manera pacífica a través del diálogo, estas auto-inmolaciones terminarían inmediatamente.

El Gobierno Chino ha cerrado a cal y canto el Tíbet a los turistas extranjeros y a los periodistas y expulsa a los tibetanos de fuera de la Región Autónoma del Tíbet. Un intelectual chino comentó a principios de año que en la capital de la región parece que “hay más chinos han que tibetanos, más soldados que monjes y más cámaras de vigilancia que ventanas”. Lamentablemente hay más armas que nuestras tradicionales lámparas de manteca para los muertos.

Las inmolaciones tibetanas son parte de un fenómeno histórico global. Es bien conocido el hecho de la auto-inmolación de los monjes vietnamitas en protesta contra la guerra del Vietnam y que a su vez los cuáqueros en los Estados Unidos se inmolaron en un acto de apoyo a esta causa. En 1969 un hombre se inmoló en Checoslovaquia para protestar contra el dominio comunista. En Túnez a finales del 2010 un vendedor de frutas desempleado se prendió fuego y fue el catalizador de la Revolución de Jazmín. Durante el levantamiento se sucedieron actos parecidos en Túnez y en los países árabes. Incluso en China ha habido algunas inmolaciones por parte de chinos protestando contra el gobierno.

Lo que hace que Tíbet sea una situación única es que el número de tragedias es terriblemente alto. A pesar del hecho de que muchos de nuestros tibetanos han recurrido a la auto-inmolación como único medio posible para protestar, la respuesta internacional no se parece en nada a la corriente de apoyo que generó la campaña anti-guerra del Vietnam o a la poderosa red de apoyo mostrada durante la Primavera Árabe. Por supuesto, los tibetanos agradecen las declaraciones de apoyo de la comunidad internacional, tales como la expresada recientemente por la Secretaria de Estado norteamericana Hillary Clinton, pidiendo a los chinos que reanuden el diálogo con los tibetanos. Sin embargo se necesita una acción concreta para ayudar a acabar con la tragedia del Tíbet. Ha llegado el momento en que el mundo debe acallar el ruido provocado por la influencia china y escuchar los gritos de los tibetanos: la represión es insoportable e inaceptable. Las voces en el Tíbet gritan por ver a su líder, Su Santidad el Dalai Lama, exilado desde 1959. Millones de personas en todo el mundo tienen acceso a Su Santidad pero no su propio pueblo dentro del Tíbet.

Puesto que sabemos que los países democráticos del mundo reconocen como valores universales los derechos humanos y libertades fundamentales, pedimos a la comunidad internacional que intervenga antes de que nuestra situación se deteriore aun más. Este mes en su dialogo anual con China, el Departamento de Estado de los Estados Unidos debería instar a los chinos a que relajen inmediatamente las restricciones en el Tíbet y pedir delegaciones de investigación para determinar las razones del elevado número de trágicas auto-inmolaciones en el Tíbet

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